domingo, 10 de octubre de 2010

El programa de risa de los lunes a las ocho


Era la segunda vez en la semana que él llegaba borracho y gritando. Todo era bastante incómodo, como cuando estás en un sueño profundo y de un momento a otro alguien te despierta de golpe y sientes que te halaron de las nubes al suelo de un solo golpe. La casa estaba en calma y todos veíamos el programa de televisión de risas de los lunes a las ocho de la noche, de pronto, se escucha que abren la puerta y la cierran con fuerza, como con una rabia desconocida. En ese preciso momento era de saberse que papá había llegado y había estado bebiendo; en ese preciso momento sabías que empezaría a mirarte fijamente, como si esperara que tú respiraras para formar un alboroto, para gritarte que mamá te trata como niña y que seguramente uno sería una mariquita; en ese momento, hasta respirar, era para él  un mariquito.

Sus ojos rojos, brotados, llenos de rabia y de miseria humana; te rodean con esa mirada oscura, te mira a los ojos, llorosos, llenos de miedo y terror. Normal un día del fin de semana, pero no un lunes. Uno no esperaba que papá llegara borracho un día lunes, él siempre nos daba la mala noche sólo los fines de la semana; pero ahora, sin trabajo, mi papá veía todos los días de la semana como su fin de semana y era común su borrachera. Y ahora empieza su discurso, ahora te arrastra el alma por la mierda que escupe su boca, te destruye la vida con disparos  de fuego de sus labios.

Entra mamá a la sala y el primer grito que prende el combate de guerra es -“hijo e' puta”, deja al muchacho tranquilo, vete a dormir desgracio-. Ahora se sabe que la cosa es peligrosa incluso para papá, lo justo es correr con mi hermanito y meternos en el escaparate de madera. Para aislarlo del estruendo, tapo sus oídos con mis manos sobre las suyas propias, ya la costumbre me hizo inmune, me hizo entender que esto es normal y que mañana todos estaremos bien, como si nada hubiera pasado. A pesar de que no veo lo que sucede, puedo saber que ocurre por los golpes. Puedo sentir la cabeza de mamá golpear contra la pared de la sala, siento como corre hasta la cocina, recorre la mesa y tropieza sus pies con las sillas, siento su dolor, su miedo y su coraje.

Sigo escuchando los gritos, los muebles arrastrados, los golpes contra la pared como canción de cuna para conciliar el sueño, hasta el otro día. A la mesa en la mañana, antes de ir a la escuela, doy una mirada rápida al rostro deformado de mamá, su ojo se oculta de los golpes, sus labios aún destellan un punto de sangre y un paso lento defiende su pie del dolor. Una pregunta simple sale de mí como un acto reflejo, como el vomito que no puede contenerse y debes sacarlo de tu boca, - ¿por qué no dejas a papá?- le dije a mamá, - estás loco muchacho, ¿cómo puedes decir eso de tu papá?, no seas malagradecido, él es un buen padre, ¿quién cuidará de que ustedes no se vuelvan unos vagos sin un padre?- yo puedo trabajar y ayudarte – le dije. Mamá me miró directo a los ojos y dijo, - es mejor que te calles la boca, no sabes de que coño estás hablando- se dio media vuelta y se fue a la cocina.

Hoy es lunes y ya estoy una vez más en el escaparate, papá cuelga del techo de la casa, su mirada refleja desespero y arrepentimiento, su cara está roja y sé que ya no siente dolor, hoy no podré dormir porque no tengo canción de cuna, sólo hubo y disparo y mi hermano y yo somos libres. 
Said T.