Tatuano era un pueblo sencillo, de gente muy trabajadora que día a día se desplazaba hasta la ciudad para ganar el sustento. Tenía una sola calle y todos los días muy temprano Don Pepe salía con su bus a recoger a los habitantes de Tatuano y llevarlos a la ciudad para iniciar la jornada laboral.
Por más de treinta años estuvo Don
Pepe realizando este trabajo; al amanecer él encendía su bus y transitando por
la única calle del pueblo llevaba a todos a su destino, más tarde los buscaba a
todos en la ciudad y los retornaba a sus hogares. Fueron años en los que todos
hicieron amistades y no había persona que no conociera y admirara a Don Pepe y
su bus.
Pero no todo siempre es felicidad, una
mañana como de costumbre Don Pepe inicia su recorrido para buscar a las
personas y se percata que al llegar a la primera parada no están las viajeros
que siempre lo esperaban. Se detiene unos segundos a esperar pero decide
continuar ya que más pasajeros lo esperan y debe cumplir con su trabajo; no obstante
al llegar a la segunda terminal nota con asombro la ausencia de su acostumbrada
clientela. Preocupado se dirige a toda prisa a la próxima parada y mayor
sorpresa se ha llevado Don Pepe cuando ve como sus pasajeros suben a un bus
nuevo del joven Raúl quien ha decidido ingresar al negocio. Don Pepe se sintió
traicionado, por más de treinta años había llevado y traído a estas personas
del pueblo a la ciudad para que cumplieran con su trabajo y ahora éstas lo
cambian tan solo por un bus nuevo y más cómodo, con asientos reclinables y
ventanas más amplias. El bus de Don Pepe ya estaba viejo y destartalado,
funcionaba pero no tenía ninguna de las comodidades que poseía el bus de Raúl;
incluso no tenía música como el bus nuevo que colocaba esos temas de moda en
los que no entiendes la letra de la canción.
Muchos días fueron pasando y cuando
Don Pepe llegaba con su bus a la parada ya estaba allí Raúl también y todo el
mundo terminaba subiendo al transporte de este último. Don Pepe iba y venía de
la ciudad con apenas dos o tres pasajeros, los más viejos, los más leales pero
esto ya no era suficiente para mantener los gastos de Don Pepe y su esposa.
Una noche, mientras cenaban Don Pepe y
su esposa, ésta le dice que ya el dinero no está alcanzando para nada y que
tendría que vender el bus para buscar otra forma de sustento. Don Pepe no
estaba en nada de acuerdo con esta petición; él adoraba su bus y le encantaba
su trabajo. Decidió pedirle a la santa de los buses, Santa Bucetica que lo
ayudara a mejorar sus ingresos y le permitiera quedarse con su bus y su
trabajo. Bucetica que era muy milagrosa escuchó la plegaria de Pepe y se
propuso ayudarlo. Al día siguiente Don Pepe sale como de costumbre con su bus y
en la parada se encuentra con Raúl. De repente, el bus de Don Pepe empieza a
hacer ruidos extraños y se levanta sobre sus cauchos traseros. Con los neumáticos
delanteros como si fueran brazos empieza a romper los vidrios del bus de Raúl y
a dañar toda la carrocería, la gente empieza a gritar y correr, Don Pepe dentro
de su bus no sabe qué hacer. Ya una vez destrozado el bus de Raúl, el bus de
Pepe se molesta con las personas que no quieren abordarlo y empieza a
arrojarles ácido de batería y con el tubo de escape golpea a las personas hasta
matarlas. Se dirige a la segunda parada y al ver que todas las personas sólo
gritan y corren las ataca y arremete contra ellas. Un final terrible para los
habitantes del pueblo de Tatuano. La noticia circuló por todo el país y fueron
necesarios más de veinte tanques de guerra para detener a este monstruo. Esta
historia nos deja una enseñanza valiosa: Cuando los aparatos y
electrodomésticos son viejos y están destartalados debemos llevarlos al aserradero
para que los destruyan a fin de que éstos no cobren vida y maten a personas
inocentes.