viernes, 26 de febrero de 2010

La Señora Justina

http://zonaliteratura.com.ar/?page_id=895 

Entre las muchas ciudades de Venezuela, Caracas es una de las más interesantes. Posee todo de todo. Sus centros comerciales, sus grandes urbanizaciones, los teatros. Todo en esa ciudad es especial; al igual que lo son sus barrios. Ni los mejores ingenieros del país han logrado entender como esas casas de cartón y lata logran desafiar la gravedad y mantenerse al margen de una montaña con inclinaciones hasta de 90º. En fin, esas grandes barriadas tienen muchas casas y mucha gente dentro de esas casas, escaleras y escaleritas por todos lados y la privacidad es algo con lo que no se cuenta, ya que si las paredes tienen oídos imagínense lo que se puede escuchar a través de los cartones y las latas de estas casitas.
Pues bien, en unas de estas casitas de estas barriadas de Caracas vive la señora Justina, un mujer mayor de unos 60 años que tiene ciertos dolores para caminar, para hacer lo quehaceres y para ir de compras pero que goza de excelentes sentidos de la vista y oído, además de una excepcional memoria para recordar detalles y detallitos de lo que le cuentan y hasta para agregarle cosas y una espectacular capacidad histriónica para relatar, a quien se lo pida, el chisme más caliente y picante del barrio. En pocas palabras, Justina es la chismosa del barrio. Ella siempre se informa e informa a sus vecinos de las intimidades y acontecimientos de los alrededores. Sabe quien se caso con quien, y por supuesto, si la joven está embarazada antes de presentarse en el registro civil, ella lo divulga más rápido que el mismo novio de la muchacha.
Lo mejor de la señora Justina es su peculiar llamado de alerta para avisar que está por dar la nueva del día, porque ella siempre tiene un nuevo chisme. Pues bien, cuando ya tiene la información bien entramada busca a su receptor, quien luego dará vida al chisme que ha engendrado Justina. A continuación emite un jocoso y agudo ¡eeeeeh! Seguido de un peculiar silbido. De inmediato su colaborador se alista para captar las ondas sonoras, cargadas de escenas más potentes que las escritas por Delia Fiallo. Y a partir de allí se inicia la tarea de desvirtuar la reputación de los vecinos del barrio.
Ahora bien, todo acto en la vida tiene sus consecuencias; y dedicarse a hablar mal de los demás no podía traerle nada bueno a la señora Justina. Un día, mientras escuchaba pegando su orejota a la pared de lata, que casualmente era la misma pared de su vecino, el señor Andrés; se informó de algo grande. Un chisme que le daría para pasar semanas y meses enteros divulgándolo. Era sensacional lo que había escuchado. Todos sus sentidos se alteraron de la emoción que experimentaba mientras recogía el gran secreto del señor Andrés.
Esto era algo único. Nunca en su vida había podido contar un chisme tan interesante y tal vez sería la última oportunidad para poder disfrutar del placer inmenso que esto le brindaba. Inmediatamente salió de la casa en busca de su cómplice. Era necesario difundir la información. Justina sentía un ardor en su boca, su lengua no soportaba tantas ganas juntas. Empezó su búsqueda escaleras abajo y cada vez que sentía que se acercaba algún vecino que pudiese compartir su satisfacción, éste entraba a su ranchito o se desviaba para evitar toparse con Justina, quien iba entonado su popular alarma para anunciar su nuevo chisme; eeeehh! Seguido de su silbido.
De repente, la necesidad de soltar esa bomba fue incrementando y su lengua empezó a necesitar más espacio en su boca. Esto le pareció extraño a Justina y entendió que contar ese chisme ya no era un placer sino una necesidad. Bajaba las escaleras pero no encontraba a quien informar sobre los secretos de Andrés. Ya la lengua salía por sí sola de su boca y le dificultaba emitir su “grito de guerra”. En cada paso que daba su lengua iba creciendo y ya colgaba por su cintura. Desesperada cada vez más, la señora Justina sigue bajando las escaleras con el único propósito de encontrar con quien compartir ese gran chisme.
Ya le era imposible llamar a alguien con su popular eeeeh!, su lengua le llegaba por debajo de las rodillas y no había podido contar la historia a nadie. De pronto, en su desespero y bajando a prisa las escaleras, pisó su propia lengua y cayó 158 escalones abajo. Todos los vecinos salieron mientras se escuchaban los golpes que se daba la pobre Justina mientras llegaba a la base del cerro. Más de tres meses fueron necesarios en el hospital para recuperarse de esa caída y hasta una cama adicional para su lengua enyesada hubo que colocarle al lado para que ésta se recuperara también. Lo más terrible de todo es que no se pudo conocer el secreto de Andrés.
Said T.

Al oido...

A veces es bueno pensar en nada
pensar mucho es deprimente
te enteras de cosas
buenas y malas
Es mejor que otros piensen
que tú estás pensando
así ellos dejarán de pensar
y seremos nuevamente polvo.

Said T.