domingo, 23 de junio de 2013

La sonrisa del caballo

Nadie me mandó a venir a este pueblo, esto es puro monte. Nada se parece a mi; y este dolor de estomago y esta cagadera que me está matando. Cuando iba a pensar yo que estaría haciendo mis necesidades fisiológicas en medio de matorrales, como un animal, como si fuera un mendigo sin hogar. Espero que mis amigos del colegio jamás se enteren de esto. Aunque conociendo como conozco a Lucía sé que ella hará de esta situación una anécdota y se la contará a mis amigos. Todo por complacerla, siempre diciéndome que yo soy muy sifrino y que debía visitar la finca de sus padres, que aquí me volvería hombre al cagar en medio de matorrales frente a un caballo que pela los dientes como si se burlara de mi. Aquí sólo puede esperar a que me pique una mapanare, me patee el caballo burlón o me coma un cunaguaro.

¡Qué situación tan vergonzosa! Tener que hacer mis necesidades al aire libre, pelando las nalgas al viento. Pues claro, no van a darme ganas de cagar en pleno paseo a caballo con lo que come esta gente. Desayunando arepa de maíz, con tacita de café cerrero y de almuerzo te meten media ponchera de mondongo; ya no quiero ni pensar en la cena.

Encima lo más incomodo es la mirada fija del caballo, además, pela el diente como si me juzgara con su sonrisa perversa. Como si dijera – ¡Así te quería ver! Yo creo más bien que al pobre le preocupa es como voy a montarlo después de terminar con esto.

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